Alexandra
- cayobetancourt
- Jul 18, 2021
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Sentada en una esquina del gran salón estaba Alexandra, pensativa y distraída. Nadie supo cuándo llegó, puesto que hablaba poco, pero tenía un espíritu que evocaba la pureza, blanca y con hermosos cabellos dorados permaneció a la espera cada noche. María hablaba con ella regularmente, pero muchas veces la notaba ausente, los hombres poco la buscaban, tal vez evitando la tristeza eterna que manifestaban sus ojos.
Con el pasar de los días, los dolores se acentuaban cada vez mas. Su rostro inflamado mostraba el sufrimiento que la pobre mujer tenía, Edmundo evadía sus miradas, esperando la próxima oportunidad para excusarse. Él debía llevarla al dentista, María le encomendó esa labor semanas atrás, pero su desdén y los caminos oscuros en su mente obligaron a postergar la salida indefinidamente. Alexandra empeoraba con los días, el insoportable dolor le recordó el parto en su tierra natal, donde sufrió en manos de su madre y tías. Ellas la maltrataron desde el momento inicial de su embarazo, esto le costó un proceso doloroso, incómodo, y mal atendido. Sus pensamientos se mezclaban en un sinsabor por el hijo abandonado y la suerte que correría con su familia.
La mandíbula cada vez más inflamada requería atención, mitigando el dolor con aguasal caliente y clavos de olor, donde el sufrimiento pasado le hacía olvidar su presente. Edmundo estaba ahí, un verdugo invisible que usaba el látigo del tiempo para ejercer sufrimiento en la desdichada mujer, su cuerpo pedía ayuda, deteriorándose poco a poco al son de la música en el salón. Muchas personas vieron la esquina vacía, pero ahí estaba siempre Alexandra vestida de blanco y esperando el próximo visitante, quien tardaría poco en llegar, pero vestido diferente. Alexandra estaba tranquila porque presentía el inevitable final, mientas Edmundo hábilmente disfrazaba su responsabilidad entre labores vanales, sin sospechar que la pobre mujer estaba perdiendo su la batalla más importante de su vida.
El desagradable personaje se acercaba más de lo esperado por la mujer, so pretexto de revisar la inflamación, la rozaba, y sentía dolor en el alma porque estaba encadenada a ese lugar y a su verdugo. Otras mujeres disfrutaban la diversión efímera y eterna a la vez, Entretanto ella permanecía cada día más ausente, absorta en sus pensamientos y preparándose para la partida.
Le gustaba jugar con los niños, especialmente correr por el patio empedrado y lleno de hortensias. Alexandra sentía pertenecer a otro mudo, ese jugar en medio de los infantes la transportaba a su niñez, con un padre amoroso, lleno de afecto y una madre oscura y tortuosa que apagaba cualquier sentimiento con un grito. Sentía como el dolor de su progenitora se transmitía como un manto negro, arruinando la vida de su padre y de paso la suya.
El proceso de amansar potros requería una extrema habilidad y fortaleza, cualidades que su padre tenía en abundancia. Trabajando de sol a sol en una finca cercana, proveía los alimentos necesarios para su familia y las hermanas de su madre. Quienes trataban de vivir en paz, compartiendo una minúscula casa con tres habitaciones. Alexandra recordaría como las flores del patio principal en el burdel asemejaban las sembradas por su madre, los infinitos olores y colores de las macetas quedarían como el único recuerdo feliz de su progenitora. La última vez que vio a su padre, él montaba un ejemplar café, brioso y fuerte, cuyos músculos delineaban la húmeda piel del animal. Un caminar elegante, que vibraba las manos del chalán, lo veía como un centauro, la criatura mitológica que más le gustaba entre las historias que cada noche el humilde hombre leía con dificultad. Esa tarde, la tragedia llegó a sus oídos, al regresar a la finca, un camión sonó su bocina cerca del brioso animal, en un momento de pánico estrelló la cabeza del jinete contra el pedregoso camino, causando una muerte fulminante, sin dolor y aplastada por uno de sus amores. Alexandra quedó estupefacta, no lloró, porque el amor no te hace llorar, el amor te hace reír -pensaba-.
Muchas veces Arturo habló con ella, las fascinantes historias de caballos lo animaban, compartía la tristeza de las historias de igual manera, algo recordaba en su pasado que lo unía al sufrimiento de Alexandra. Observaba la tez blanca desde el extremo opuesto del salón, cubierta por un manto de oscuridad, haciéndola más bella debido al contraste con su piel, la sonrisa inconfundible lo saludaba al cruzar una mirada fugaz en medio de los visitantes.
En la familia del lugar se respiraba paz, tranquilidad, y mucho amor, algo que Edmundo no entendía, su ambición y desenfreno por el dinero se manifestaron años atrás, un cuerpo vivo con un alma muerta pensaba Arturo. Tiempo después, se lamentaría Edmundo por el abandono y la falta de perspicacia para entender lo que sucedía en ese instante con la infortunada mujer. En esos momentos de zozobra, atormentado por su conciencia, abrazaba a María llorando en su regazo; sentía la protección de una madre, recordando cuando ella lo hiciera al recibirlo en el pasado.
Alexandra empeoraba con los días y los dolores se hacían insoportables, por coincidencia o por cosas de la vida, durante este periodo la matrona estuvo enferma, una fiebre la mantuvo atada a su cama por varios días; durante este tiempo, el destino se confabuló para llevarse un alma pura. Al conocer la noticia, Edmundo permaneció inmóvil, desconectado de la realidad, perdido entre le dolor causado a otros, y la visión de Alexandra despidiéndose. No fue de su agrado, especialmente porque sentía celos, esos increíbles celos lo llevaron a cometer atrocidades y cada vez lo arrastraban más lejos de las personas, a las profundidades del abismo. Un nuevo ser que se cruzara en su camino lo apartaría de los otros ¿estaría pagando por sus actos? pensaba.
Alexandra partió en medio de terribles dolores, un proceso infeccioso se propagó desde una de sus muelas a través de su cara. No fue posible rescatarla, el único culpable estaba tras la puerta, Edmundo no lloró, pensaba que lo mejor le había sucedido a la desdichada; una boca menos que alimentar decía, limpiando su conciencia, si a eso se le podía llamar así. Arturo lloró sobre su cuerpo, perdió un ángel que lo amó incondicionalmente, y lamentó no poder ayudar permitiendo su partida. El remordimiento juega sucio buscando grietas, que rompe sin piedad para herir el alma, donde el destino de algunos está sellado y perdido desde tiempo atrás. La tristeza, abandono, e indignación resquebrajan el alma, eso sucedió con Alexandra; Había llamado inequívocamente la desgarbada, oscura y tenebrosa que debe llevarnos a las profundidades del mas allá.
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