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Cuatro hermanas

María estaba sufriendo, parir otra hija sería una desgracia como indicaba su esposo. El proceso de alumbramiento no tenía buenas perspectivas, profundos dolores extendidos hacia su cadera le impedían pujar como le indicaba la matrona. Sangre y más sangre goteaba por las patas de la mesa que servía de quirófano improvisado. Los trapos que tenía en las manos poco hacían para contener el preciado líquido. Finalmente los pies de la criatura asomaron por el canal de parto, no sería fácil pero la experiencia de la mujer ayudaría, sus manos cortas pero fuertes giraron hábilmente el pequeño cuerpo y con ayuda de sebo se completó el proceso. Lloró al recibir su hija, más por el miedo al castigo de su pareja por haber parido otra mujer, no tendrían ayuda para alimentar a la familia. Como todas se iría con el primero que la sacara del rancho, antes de los quince vociferaba el hombre cada vez que llegaba borracho, lo cual sucedía más a menudo recientemente.

Debería levantarse antes de terminar la dieta, su esposo esperaba la comida caliente al llegar del trabajo y las otras tres niñas aun no podían atenderse solas. Fue una recuperación dolorosa, tan dolorosa que no pudo caminar bien de nuevo, su pierna izquierda le causaba grandes molestias. En esta condición salió a trabajar apenas cumplida una semana del alumbramiento, debía limpiar una casa enorme con unos patrones que gritaban por todo. Unos pocos centavos por tan duro trabajo y ni siquiera le preguntaron por el parto. Cuán diferente sería para la hija de ellos, regalos y más regalos, visitas continuas del médico y las mejores medicinas. Así sucedía cada semana, se cruzaba miradas con el doctor al llevar una taza de café, él la miraba con desprecio primero y admiración después al notar que su abultado vientre ya no estaba. Los pobres son así, deben sufrir y cada evento en la vida es uno más, sin mayores complicaciones ni felicidades pensaba María. Trabajó incansablemente por un año más, tiempo en el cual nació la nieta de los patrones, una rubia pequeña que lloraba por todo, a la cual debía atender y muchas veces compartir mas tiempo que con su propia hija.

La segunda navidad después de su alumbramiento sintió un profundo dolor en el costado izquierdo. Tan fuerte que debió sentarse en una silla de la cocina, un grito le hizo regresar a la realidad, la patrona tenía una cena esa tarde y debía organizar la gran mesa de invitados. Tomó varios vasos de agua y aguantó el dolor lo mejor que pudo, no podría pedir permiso, así que terminó sus labores y a punto de perder la consciencia, estuvo en una banca de parque largo rato. Llegó a su humilde morada, las niñas en un estado de abandono impresionante, un fuerte olor a pañal sin cambiar se apoderaba del único cuarto que compartían todos los habitantes de la familia. Luego de limpiar y ordenar las pocas cosas, abrió una bolsa de galletas y frente a una vela leyeron la novena de navidad. En ese momento, su dolor llegaba hasta la espalda, había tomado agua de manzanilla tan caliente que le despellejó la boca. Infructuosamente trató de mejorar su condición, hasta que la vida la abandonó antes del amanecer. Su esposo llegó borracho cerca de las nueve de la mañana, apartó como pudo las niñas y se tumbó en cama , vociferando como siempre y pudiendo una jarra de agua.

El hombre despertó pasadas las cuatro, gritando a su esposa y maldiciendo por el mal olor que se apoderaba de las niñas. Empujó a su esposa pero el rigor mortis se había apoderado de su cuerpo. Inicialmente no entendió la situación, hasta que sintió su brazo frio y los ojos entreabiertos en una mueca que hasta la misma muerte espantaría. En medio del sopor del alcohol, atinó a llamar a su vecina y salió en busca del pastor.

Regresó tres dias después embebido en alcohol, perdido de la realidad y buscando a su esposa. Los vecinos habían enterrado el cuerpo lo mejor que pudieron y sugirieron entregar las niñas a un orfanato, cualquier cosa sería mejor que compartir la vida con ese monstruo que mal se llamaba padre. El hombre firmó de mala gana, delegó la crianza de las niñas a una institución y se olvidó del asunto.

Con una pequeña diferencia de edad, llegaron con uno, dos tres y cuatro años. Tan pequeñas que no entendían lo sucedido y tan inocentes como un cerdo conducido al matadero. Transcurrieron varios años en esas condiciones, hasta que la naturaleza hizo lo propio, primero con Luciana, la mayor, a sus doce años despertó el interés del pastor. A partir de ese momento, fue su preferida, como lo hiciera con muchas otras, pedía frecuentemente que lo acompañara como ayudante en la preparación de los servicios y en diversas labores del orfanato.

Tal vez la monotonía y extrema candidez hicieron que los empleados percibieran todo normal durante tanto tiempo. El hombre tenía cerca de sesenta años, treinta de los cuales había permanecido en el lugar, sin pedir cambio ni traslado de lugar, estaba confortable con su rebaño de ovejas repetía constantemente. En la medida que los empleados envejecían, dedicaban menos tiempo al cuidado de las pequeñas, nuevos llegaban al lugar y permanecían en una dimensión paralela, desconociendo el infierno que muchas niñas del lugar tenían en sus espaldas.

Luciana estaba ayudando y el hombre no dejaba de mirar sus exiguas piernas, cuando terminó el servicio, le pidió discretamente que lo acompañara a su oficina. Una reprimenda cayo directamente sobre ella, indicando que sus medias deberían estar completamente lisas y sin dobleces, lo cual ofendía las buenas costumbres del lugar. La niña desorientada no podía contener el llanto, el hombre se arrodilló en señal de arreglar el uniforme, tomando especial cuidado en alisar las medias de la niña, deleitándose con la suavidad de la piel y el olor a jazmines que le llamaba tanto la atención en las pequeñas. El incidente quedó ahí, porque había un código de silencio entre los miembros de la comunidad, las ventanas tienen ojos y las paredes oídos se repetía constantemente. Los niños permanecían en un estado absoluto de silencio indicando obediencia.

Magnolia tenia altas fiebres desde unos días atrás. Las compresas de agua fría poco ayudaban y por el exiguo presupuesto del lugar, evitaban al máximo llamar al médico. Debido a esto, se inició una cadena de oración por la salud de la niña que implicaba largos minutos pidiendo por su salud, mientras algunos miembros de la comunidad ayunaban como señal de flagelación. El pastor tardaba largas horas arrodillado frente a la cama de Magnolia, en silencio, a solas pidiendo por la pequeña e imponiendo sanación de manos, lo cual sucedía frecuentemente con otras enfermas. Hábilmente el hombre ponía sus largos y huesudos dedos bajo las mantas de la cama y recorría el cuerpo de la pequeña, deteniéndose en lugares específicos y sin despertar sospecha permanecía así, deleitándose con sus mas oscuros deseos frente al indefenso cuerpo.

Esperanza tenía predilección por los libros, leía como un mecanismo de defensa, para huir de la realidad. Había notado a sus hermanas mayores ausentes, calladas y retraídas varios años atrás. La comida del lugar cada vez estaba peor, con pocos cambios y podrida decirse que se repetía circularmente, cualquier martes de cualquier año se comía lo mismo en ese horrible lugar, pensaba Esperanza.

A sus catorce años había leído casi todos los libros de la biblioteca, algunos dos o tres veces. Por su propia cuenta analizaba autores que el propio profesor de español, no entendería. El mismo profesor que daba clases de varias materias, a todas la niñas y algunas veces mezcladas con diferentes cursos, así evitaban pagar más por tener una o dos alumnas en clase. Retraída, e inmersa en el mundo de los libros permanecía Esperanza, siempre con un ejemplar frente a sus ojos, cubriendo la sombra que se cernía sobre su vida y esperando el mañana que la llevara fuera de ese lugar.

Un tarde, se acercó el pastor, com un gesto benevolente y la biblia que agitaba para cada ocasión frente a su cara. Desde una indicación del castigo divino, hasta las palabras proféticas de uno de los padres de la iglesia que fueren pronunciadas siglos atrás y se veían aplicables en un particular momento. Le preguntó qué leía, ella respondió con la cabeza baja, atemorizada y tal vez, con un presentimiento del oscuro futuro que le esperaba en manos de aquel siniestro hombre. La invitó a leer en su biblioteca privada, donde le mostraría los volúmenes que no se permitían en los estantes de la institución. Aquella tarde, al cruzar la puerta, la niñez e inocencia de Esperanza quedarían atrás. El hombre estaba en su escritorio, anotando , con una montaña de papeles, la invitó a pasar, ella se deslumbró por la cantidad de volúmenes, con tantos nombres y autores que sus ojos llegan hasta el techo y recorrían de pared a pared la cantidad enorme de libros. Tomó uno y lo ojeó con desdén, cerrándolo y con intención de salir del lugar. En ese momento sus ojos se cruzaron con el pastor, él le indicó que podía leer todo lo que quisiera pero los libros no deberían salir del lugar. Debido a esto, el espacio común de lectura se convirtió en la mesa auxiliar de la extensa oficina. Muchas niñas habían pasado anteriormente, así que la esposa del pastor y sus ayudantes nunca sospecharon de sus aberrantes conductas. Una tarde, Esperanza trataba de alcanzar un volumen ubicado en lo alto de los estantes, el hombre se ofreció, alcanzando una silla para que la niña estuviera más alta. Deslizó sus manos entre los pliegues del uniforme, un par de lagrimas escaparon de los ojos de Esperanza.

Emperatriz aún no caminaba cuando ingresó a la institución, por su contextura y edad fue la última que acogió el pastor. Las predicaciones sobre la familia y los valores harían llorar al más fuerte, los miembros de la comunidad confiaban ciegamente en su criterio y rectitud. Un hombre de dios, ejemplar y correcto pensaba su esposa, ideas que compartía el director de la zona a quien poco le importaba cambiar el abnegado siervo. La vida entera no le alcanzaría para ayudar a otros repetía incansablemente en su círculo pastoral. Jamás imaginaría las aberraciones que su siervo cometiere con las niñas del lugar. El edificio principal acusaba cerca de cincuenta años, muchos sin mantenimiento apropiado y el techo estaba en condiciones deplorables, la donación extraordinaria de un benefactor anónimo hizo realidad el sueño de la comunidad, comprar el lote contiguo y ampliar las instalaciones, podrían albergar más niñas y prestar un mejor servicio. Un mensaje repetido una y otra vez en los servicios y las personas que participaban en labores diarias. De tal manera que se convirtió en una realidad, al menos en sus mentes, la fe mueve montañas indicaba la esposa del pastor. Ahora deberían procurar materiales para la construcción, Emperatriz estaría a cargo de llevar las notas y cuentas, a sus catorce años dominaba las matemáticas de modo natural. Tenía una libreta blanca con cientos de anotaciones, cantidades de material y pedidos del maestro de obra. Debía acompañar al pastor para las compras respectivas, en una desvencijada camioneta que cumplía múltiples propósitos en el lugar.

Sus hermanas estaban completamente alejadas, cada una en un mundo diferente, Esperanza, Magnolia y Luciana en la medida que crecieron se hicieron más retraídas. Tanto que cruzaban pocas palabras los momentos que compartían durante las comidas o antes de ir a la cama.

Emperatriz estaba en el carro esperando que cargaran los materiales de construcción, la cabina fue atiborrada de mangueras y otras cosas que terminaron empujándola hacia el pastor. De una manera desprevenida, movió sus piernas hasta levantar una parte de la falda de la niña. El pastor tomó la biblia y hábilmente indicó un versículo apropiado para la situación, hablaba de la obediencia y el respeto por los mayores. Este momento selló el futuro de Emperatriz, el mismo futuro de sus hermanas que había destruido aquel hombre sin escrúpulos, aberrante y despreciable.

Momentos después entendió el silencio de sus hermanas, ese silencio que llevarían fuera de los muros de la institución y que tardaría décadas en perdonar.

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